Cinco días para esto? El melifluo desenlace del melodrama de Pedro Sánchez –“decido seguir con más fuerza si cabe”– dando una sencilla patada hacia delante al balón de su desconsuelo moral, de la afección psicológica de su familia y de la reflexión ética de la política envalentona más todavía a las dos orillas ideológicas. A sus adeptos, contritos y con el alma en vilo durante un angustioso e interminable fin de semana, porque aniquila el fantasma de un futuro plagado de sombras inciertas al grito de ese “síííí” tan desgarrado como balsámico que se coló por la señal televisiva de Moncloa y los aplausos en pasillos de RTVE. A sus críticos porque les refuerza sin límites la teoría maquiavélica que auguraban de asistir a la gestación de otro golpe de manual propio de un camaleónico líder socialista pegado al poder. Y a los escépticos porque sencillamente alimenta con fundamento sus dudas sobre el auténtico principio ético que inspiraba en realidad este inédito retiro presidencial, cuyas repercusiones solo acaban de empezar.

Sánchez se ha vuelto a apoderar del tablero político cuando empezaba a acusar su debilidad. Enésimo capítulo del manual de resiliencia. El “puto amo” que diría Óscar Puente. Le ha valido el argumento de la creciente ofensiva derechista por tierra, mar y aire –jueces, medios y fakenews– para convertirse en el adalid de la humanización de la política mediante “un proceso de limpieza”, que se desconoce por el momento. La lucha por la regeneración. Lo ha hecho precisamente cuando tiene bloqueada la acción legislativa, cuando su compañero de coalición hace aguas y le crea disensiones, cuando se avecinan unas europeas con el viento a favor del PP y cuando los pactos posteriores al 12-M aventuran emociones fuertes.

Solo la mayoría parlamentaria respira complacida. Sobremanera el PSOE que ha sentido en carne propia, y durante muchas horas, la angustia que le supondría iniciar la travesía del desierto sin nadie que le evitara un descalabro electoral. Sus desvelos han sido agradecidos por Sánchez por las ensordecedoras muestras de adhesión recibidas –“Pedro, quédate”– en calles de Madrid, bajo la batuta de la enfervorizada hooligan Montero, aunque con una asistencia algo menor en proporción a la magnitud del riesgo que acechaba al futuro a la familia socialista.

La continuidad del presidente hincha el pecho electoral de Illa para desgarro del independentismo catalán, víctima en tan poco tiempo de la otra cara del shock. El atropellado anuncio de la reflexión trastocó el arranque de la campaña del 12-M. Ahora, la continuidad en el cargo sobre la base regeneradora del “no pasarán” contra la derecha judicial y mediática alienta más si cabe las prometedoras expectativas del PSC. Así es fácilmente comprensible la advertencia de Rufián a Sánchez para que concrete las razones de su decisión y así evitar el riesgo de un comprensible tufillo a frivolidad que no acaba de desaparecer en estos últimos cinco días y quizá con más elocuencia desde la mañana de ayer.

Salvado el match ball, riesgo que se extendió incluso hasta las primeras frases nada aclaratorias de su discurso –“si consentimos que la contienda partidista justifique el ejercicio del odio, de la insidia y de la falsedad hacia terceras personas, entonces no merece la pena”–, en el propio Gobierno hay voces que contienen en voz baja su perplejidad. “De verdad pensábamos que se iba porque el órdago de retirarse a pensar había sido muy fuerte”, admitía ayer la mano derecha de una ministra muy bien valorada en el entorno de Óscar López, Montero, Bolaños, Puente y Cerdán, el sancta sanctorum del poder socialista.

Victimismo

En el PP hay satisfacción porque creen que Sánchez “ha hecho el ridículo desde su victimismo”. Una peyorativa valoración que les permite coincidir con Pablo Iglesias, siempre con la guadaña afilada cuando se trata de segar la hierba a su acérrimo rival. “Ha jugado torticeramente con la estabilidad y el prestigio de todo un país para beneficio propio”, admitió una fuente de Génova, acordándose también de la encuesta del CIS que le provoca “hilaridad” porque arrima el hombro. Los populares, como teme Feijóo, alertan de que el presidente persigue un cambio de régimen y esperan impacientes los acuerdos del Consejo de Ministros. “Se ha retratado en su único afán por quedarse en el poder, amenazando a quien se atreva a criticarle y demostrando que tampoco era para tanto el sufrimiento familiar”, añadía. Más aún: “Ni siquiera ha admitido preguntas y tanto hablar de libertad de expresión”. La guerra, está claro, seguirá con más fuerza si cabe.